P: ¿De dónde surge el impulso de escribir Cuando giran los muertos?
R: Fue una necesidad. Había terminado la novela Coronado, y estaba saliendo mentalmente del siglo XVI, pero no acababa de salir de México. Quería escribir otra novela de Arturo Andrade, la sexta de la serie, así que me puse a investigar para buscar una conexión. Para mi sorpresa, encontré un episodio perfecto: las “expediciones culturales”. Como se cuenta en la novela, entre 1949 y 1950, el ministerio de Asuntos Exteriores se saca de la chistera una serie de recitales poéticos por diversos países de Hispanoamérica con el fin de crear puentes con una España franquista que estaba ninguneada. Se reclutó a gente como Leopoldo Panero, Luis Rosales, Antonio de Zubiaurre, Agustín de Foxá… En unos sitios los reciben a huevazos y en otros les aplauden. Era la anécdota perfecta para inventarme a Félix Arcadia, un diplomático y escritor español embarcado en una peripecia similar en 1950, protegido por Arturo Andrade y su camarada Manolete. Y un secuestro era la catarsis adecuada para comenzar la novela.
P: ¿Por qué México?
R: Es un país que me fascina. Tuve un impacto telúrico la primera vez que estuve. Ya lo dice la novela: “México no era un país, sino una forma de locura”. Además, la compleja situación geopolítica del gobierno de Miguel Alemán en esa época, con corrientes políticas contradictorias, sumada a la búsqueda del reconocimiento internacional de España, creaba un campo de batalla perfecto. Y no olvidemos los 25.000 exiliados españoles en el país, que nutrieron todos los estratos de México, en especial los intelectuales, con el Colegio de España, el Ateneo Español, la universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia... Gente como María Zambrano (que acompañó a Machado hasta la frontera), José Gaos, León Felipe, Enrique Díez Canedo, Fernando de los Ríos, José Carner, Max Aub, Margarita Nielken, Emilio Prados, Mercedes Pinto (con su novela Él, llevada al cine por Luis Buñuel)… Aunque no está de más recordar que había una emigración anterior, de derechas, muy conservadora, que funda el Casino Español, y aunque tiene unas relaciones relativamente cordiales con la ola posterior, se encuentra en sus antípodas políticas.
P: Hablemos del título: Cuando giran los muertos. Es muy peculiar.
R: Surgió de una visita que hice a la zona arqueológica de Cholula. En el viaje, paramos en un pueblo y había fiestas. Era la primera vez que veía a los Voladores de Papantla, esos señores que se cuelgan cabeza abajo, atados por los tobillos a la punta de un poste, a veinte metros de altura, y al compás de otro que golpea un tambor, comienzan a girar. Es muy impresionante, son trece giros en los que se juegan la vida, y virtualmente son cadáveres. Eso lo relacioné con todos los personajes que deambulan entre la vida y la muerte en la novela, y salió Cuando giran los muertos.
P: Con esta novela ya tenemos una hexalogía. ¿Cómo ha evolucionado Arturo Andrade en todos estos años?
R: El personaje apareció en El arte de matar dragones, que trataba el traslado del museo del Prado durante la guerra civil, prosiguió con El tiempo de los emperadores extraños, con un crimen en la División Azul, en Rusia (la novela fue llevada al cine por Gerardo Herrero); luego vino Los demonios de Berlín, con Andrade implicado en la caída de Berlín, en 1945; Los días sin ayer, en la que tenía que sacar a un general de las SS del Berlín ocupado por los Aliados, y después Soles negros, que trata el tema del robo de niños en la posguerra. Cuando giran los muertos prosigue con mi obsesión por tratar episodios históricos poco conocidos, pero que tienen mucho que decir en el devenir de España. Y Arturo Andrade continúa siendo mis ojos en cada momento, un tipo sensible y cruel, muy contradictorio (aunque con un cierto concepto del honor y la lealtad), como la misma realidad en la que se tiene que desenvolver. Y, sobre todo, es un azote de lo políticamente correcto, y es lo que me encanta de él.
P: A medida que lees la novela, puedes reconocer cier-ta inspiración en personajes reales de la época.
R: Es cierto. Para el personaje de Félix Arcadia me inspiré en el escritor Agustín de Foxá, un autor muy interesante, un personaje él mismo, cuya vida estaba repleta de anécdotas y frases estupendas para basar a Arcadia (a bote pronto, me acuerdo cuando estuvo cazando osos en Rumanía y le preguntaron si había tenido suerte, y respondió: Muchísima, no he visto ninguno). Por otro lado, tenemos a su némesis, Escolástica, Tica, una mezcla de la Pasionaria y Margarita Nielken, que me permitía establecer una dialéctica tanto política como emocional entre ellos. Entremedias, personajes ficticios que se mezclan con otros muy reales, José Antonio, Lorca, Buñuel, o el mismo Alfonso Reyes, con esa maravillosa frase “los salvajes creían ganar las virtudes de los enemigos que mataban. Con más razón imaginó que ganamos las virtudes de los muertos que sabemos amar”.
P: También es evidente el trabajo con el idioma.
R: Intenté hacer un trabajo profundo de documentación sobre el español en México y en España, tanto para darle veracidad a la trama como para establecer un diálogo entre la exuberante riqueza que puede adoptar un idioma. Manolete dicen que “hablan raro”, pero me resultó tan instructivo como entretenido revisar palabras y expresiones varias, buscar sus equivalentes en España, encajarlos en las conversaciones. Güilos, chamaco, adeveras, chelas, hocicón, jaripear, tanprontista, feria, chambear…
P: ¿Cuál es el futuro de Andrade? ¿En qué esta trabajando ahora?
R: A Arturo aún le quedan tres novelas en la década de los cincuenta, y las iré escribiendo con calma. En todo caso, continuaré buscando episodios históricos que me estimulen. Entremedias, siempre tengo otros proyectos: he terminado un libro de cuentos, estoy acabando un libro de poesía, y estoy también con otra novela que transcurre en el siglo XIX. Asimismo, tengo en mente un ensayo, y varias cosas más. Estoy convencido de que, como escritor, he de investigar todas las caras que me sean posibles del poliedro literario. Experimentar, arriesgar, ahí está la clave para mantener la pasión como escritor.
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